25.9.13

La burócrata

El municipio de Bau era muy chico, una aldea de sólo 50 casas, y carecía de interés para la política o para el comercio. Decían que por eso allí nunca pasaba nada, pero en realidad la calma era responsabilidad de Úrsula. Mientras el intendente, día tras día, dormía la siesta, el pueblo estaba prácticamente en sus manos, las de la empleada pública más vieja. Entre un fichero y una computadora en la que corría un dudoso Windows 98, ella tenía los hilos para tejer y destejer las vidas de los 278 habitantes del lugar.
Como toda burócrata que se precie, usaba máscara de pestañas azul, y tenía mucha más agilidad para hacer café que para encargarse de los trámites. Pero también, como buena mujer de pueblo, tenía la imperiosa necesidad de ver novelas, y en el despacho no había presupuesto para arreglar el televisor hace años. Así que llenaba su vacío novelístico con las rebuscadas historias de ese pueblo chico, que reconstruía entre los chismes de almacén y los documentos oficiales que pasaban cada día por sus manos. 
Si en la esquina se decía que Horacio, el heladero, pasaba a altas horas de la noche por la casa de la almacenera, ella revisaba las facturas, a ver si realmente eran amantes o simplemente ella le debía plata. Si se comentaba que la maestra de quinto grado estaba embarazada, ella revisaba si había solicitado una licencia. Se entretenía revisando vidas, y a veces, si podía, las arreglaba. Una vez se las había arreglado para que a Pocha le saliera la jubilación antes que a nadie, así no se tenía que ir a vivir con su nuera despiadada. Otra vez había cambiado las inscripciones del colegio para que a la maestra de primero no le tocara darle clases a la nena de su novio de la infancia, que le había roto el corazón. Y una de sus mejores hazañas había sido desviar las facturas del impuesto municipal de Lucía, la peluquera recién divorciada, a la casa de Rodolfo, su primer novio, para que de tanto verse para devolver las cartas se reconciliaran. 
Un día, el gobierno provincial, en pleno recorte de gastos, decidió que el sueldo de esta empleada era un gasto innecesario, porque un municipio tan chico podía manejarse a distancia desde una oficina en el centro de la ciudad. 
Se le comunicó a Úrsula que iban a indemnizarla y jubilarla antes de tiempo. Pero ella, triste y desorientada, porque no sabía que más hacer en ese pueblo si ya no era la encargada de administrar las planillas y las historias, decidió despedirse a lo grande. Le informó al intendente que necesitaba una semana para dejarle todo preparado a su virtual sucesora.
Esos cuatro días (porque el viernes ella misma declaró asueto municipal) le bastaron para desviar la mitad de los fondos municipales a la escuela de arte y a la de teatro, falsificar unas cuantas becas para los jóvenes del pueblo en la Universidad Nacional, bajar un poco los impuestos a los servicios y compensarlo con la venta de una casa del intendente que el siquiera recordaba,  establecer por decreto que un viernes por mes habría fiesta y comida gratis en la plaza, y camuflar un par de feriados extras en el calendario escolar.
Después de todo eso, aprovechó el desconcierto general para borrarse a si misma de todas las bases de datos, destruir su propia acta de nacimiento, y tramitar un documento falso para ella y otro para Horacio, que era su amante secreto hace años, pero tenía muchas deudas, para que pudieran irse juntos a vivir a la montaña. 
En el pueblo nadie supo nunca de todas las historias que había modificado con sus artimañas, pero se dice que desde que cerró la heladería de Horacio al pueblo le falta cierta magia.

2 comentarios:

  1. My bueno el blog, te dejo el mio

    http://cordurainsana.blogspot.com.ar/

    Nos leemos, saludos

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  2. La montaña siempre nos espera.
    Siempre que dejemos todo atrás.
    .

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