8.6.14

Espejismo

Le vas a tener que cambiar el nombre a esa cosa que se borraba de un plumazo. No dejaba ni rastro. No tenes memoria sentimental, y el recuerdo de cuando caminaste a las seis de la madrugada, recién levantada, por el peor de los inviernos, inmóvil de capas de lana y de no poder creer que tuvieras un pedacito de la cabeza en el otro hemisferio, a la orilla del otro mar, es lo más incoherente que hayas recordado nunca. Sabés que sentiste cosas como el desgarro de todos los músculos y ganas de ver el corazón tirado en la nieve, desarmado y sangrante creando la peor metáfora magenta del desamor. Lo sabés, pero no lo comprendes más, a eso y a tantas moscas que te encontrabas en la sopa y en el café con leche hace menos semanas de las que podés contar en ruso. 
Si tan grave podía ser un espejismo, te preguntás, cuánto podrán doler cosas que no conocés, como las lágrimas mirando a los ojos o como esos corazones que de verdad son arrancados y arrojados a la nieve.

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