30.10.14

Mesa dulce

Los zombies están por todas partes. Este sábado los vi en el cumpleaños de mi prima. No eran como en las películas: su estado no era irreversible, y su ropa no chorreaba sangre. Al contrario, eran imperceptibles y estaban elegantemente vestidos. Se camuflaban tras reglas de cortesía que lo hacían ser, (y no solo parecer), personas felices. Comían, bailaban, charlaban. Eran tan lindos que combinaban con la decoración, conformada, entre otras cosas, por una mesa blanca cubierta de golosinas decoradas con etiquetas de color rosa.

El primer indicio de que la horda zombie atacaría fue la mesa dulce. A la primera señal de que los postres ya estaban sobre ella, todas las actividades se suspendieron y todos se pararon a luchar por el mejor lugar en la fila. Quien ganara la competencia se llevaría el bien más codiciado, los brownies de chocolate. Los que no estuviesen a la altura deberían conformarse con un poco de mouse o tarta de frutillas. Lentamente volvieron a sentarse y retomaron sus actividades.

Pero aún quedaba otra mesa. No era a simple vista tan deliciosa como la mesa dulce. Además, después de comer tanto, nadie necesitaba caramelos. Eso parecía. La fiesta transcurría alrededor de la mesa de golosinas ininmutable, cubierta de chupetines y pochoclos con etiquetas rosas y blancas, que nadie deseaba. Hasta que a alguien se le ocurrió preguntar si ya podía agarrar un chupetín en forma de corazón. Y ahí se convirtieron en zombies.

Las masas de vestidos largos y traje se levantaron corriendo a competir por el mejor paquete de gomitas y por la mayor cantidad de pochoclos. No importaba más nada, el único deseo de todos era comer, gomitas. O al menos juntarlas. Con la ropa desaliñada y los brazos llenos de golosinas, algunos iban saliendo y se refugiaban con los tesoros obtenidos, escondiéndolos de los demás. Ya nadie necesitaba hablar. Ya nadie quería otra cosa. Los zombies sólo necesitaban azúcar, y con este acto terminó la fiesta. Creí que yo no formaba parte de ellos. Hasta que me descubrí abriendo un discreto pero rosado paquete de tic-tacs.

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