21.10.14

Todo por dos pesos

Son las 3:40 de la tarde y hoy no hice nada productivo. Tengo que estar en un lugar a las 4 y de todas formas voy a llegar tarde, porque se me ocurrió escribir una crónica de nada. Vine en el bondi leyendo unos relatos de Puig sobre Nueva York, y todo era tan entretenido y simple que parecía que cualquier vida mereciera detenerse en un Mc Donals para contarla. 
Le compro a un chico un anotador que tiene el precio a voluntad. Le quiero dar $10 pesos pero tengo $7 en cambio. En realidad tengo otros dos pesos. Pero es un billete de la suerte. Anoté ahí una vez una dirección, y desde ese día lo tengo guardado en el fondo de la billetera, porque siento que, si lo conservo, un día voy a volver a ese lugar. 
Pienso también que, si lo uso o lo pierdo, las posibilidades de volver allí mueren para siempre. Creo firmemente en sus propiedades mágicas. Si un día decido hacer un acto simbólico de renuncia a esa esperanza, va a ser pagar con ese billete. Y si un día me lo roban, me roban la billetera, van a arrebatarme con violencia toda esa ilusión y esa posibilidad. Si en cambio lo uso por distraída, me olvido un día y se lo doy a una quiosquera o una china del super que me pide $2 para darme cambio, voy a haber perdido la posibilidad por estúpida, por colgada [nunca me lo voy a perdonar]. 
Encuentro otro billete de 5 que recién no estaba, le doy al chico $12 y escondo bien mi billete de la suerte. Su magia de verdad es magia. Lo tapo con otro amuleto, un pase ahora inútil del metro de Moscú, como para que no me sea tan fácil usarlo sin querer. Si no vuelvo a aquel lugar, que no sea culpa mía. 
La dirección que está anotada es una intersección de dos calles, una de ellas tiene nombre de país que no conozco y ahora también voy para allá. Pero a otra altura. Voy más cerca. E igual llego tarde. Me pregunto si siempre llego tarde, o si la otra vez llegué temprano, o si llegué en el momento que tenía que ser, y ahora es momento de dejarme de quejar. 
Me digo que, si vuelvo finalmente un día a la dirección del billete, voy a hacer un regalo. Va a ser el billete con este papel, y va a estar cargado de sentido y a ser un gesto de ternura insoportable. Y que si no vuelvo, voy a usar ese billete que abrió una historia para cerrarla, con el gesto poético que se merece. Voy a comprar, aunque no fumo, un paquete de cigarrillos, voy a dar mi última esperanza en forma de pago por un poco de veneno. 
Después voy a llorar un poco, y empezar de nuevo, porque soy la plantita indefensa que quiere regalar su alma en un billete de dos pesos, pero también el robot de lata que siempre, siempre tiene un plan B. 

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