12.2.15

La vida según el melón en la playa

A la playa no hay que ir sólo, o a la playa hay que ir por lo menos dos días. El primero para ver a una pareja que lleva un melón y un vino y prepara adentro de la fruta abierta un clericó, y el segundo para copiarse.
O en realidad tres días, porque en el medio hay que conqustar a alguien, algún turista extranjero, para tener a quién convidarle el melón; porque qué gracia tiene comerlo sólo.
O mejor una semana, porque esa cara de felices que querías copiarle a la parejita era de gente que se quiere, y no de unos amantes improvisados que se conquistaron ayer.
Pero para eso, mejor entonces un mes. Pero no tenemos tantas vacaciones, entonces mejor conocerse y volver el año que viene, y ahí sí, melón con vino para festejar el aniversario.
Pero a lo mejor, se te ocurre, lo más lindo de esa parejita era la ternura con la que miraban de lejos a los hijos que jugaban con un perrito en la orilla mientras ellos cortaban el melón.
Así que mejor volver en una década, y ahí sí vamos a poder parecernos a ellos; pero en una década quién sabe si voy a quererte, mirá si es mejor esperar, e invitarle el melón con vino a mi próximo amor.
Y así se nos va la vida, tratando de ser felices a la manera de otros, y el melón con vino nunca lo probamos.

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